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miércoles, 16 de marzo de 2011

Extraña combinación

Entre la pausadas notas producidas por la guitarra y las largas pasiones calmadas del violín, mi alma se relaja y se hunde en otro mundo.

Se complementan perfectamente, en compleja sincronía, tal que me cuesta entenderla. Mientras que la guitarra me recuerda a las ondas en el agua, el violín sigue su propio ritmo, marcando a la propia guitarra, como el viento entre las hojas.

Definitivamente, es una combinación maravillosa.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Polos Opuestos Capítulo 3

Escucho un sonido molesto, un ruido que no logro identificar. Poco a poco comienzo a despertar e identifico la molestia como mi despertador.

- ¡Aj! Quiero dormir un poco más…- Murmuro escondiendo la cabeza bajo la almohada. - ¿A quién le estoy diciendo esto?

Me levanto de un salto, tratando de despejar mi mente adormilada. De pronto, noto una fuerte presión en la boca del estómago y tengo que salir corriendo al baño para poder vomitar. Me duele la cabeza y todo parece difuso, dando vueltas y vueltas. No sé como, consigo levantarme hasta el lavamanos y limpiarme la cara. Lo vi todo extrañamente borroso. Tengo mucho frío pese a que debemos rondar los 20º. Me apoyo en la pared hasta llegar al salón. Marco lentamente el número de Carlo con esfuerzo.

- Buenos días Sarah ¿Qué pasa? Es raro que me llames a estas horas.

- ¿Estás muy ocupado? – Susurro

- Un poco… Sarah, ¿qué ocurre? – Me urge preocupado.

- Necesito que llames al instituto y les digas que no puedo ir.

- De acuerdo. Ahora mismo voy para allá.

- No hace falta que vengas, estoy bien.

- Cuando tu faltas al instituto, la cosa no va bien. Te conozco. Estaré ahí en 10 minutos.

- Está bien.- Le contesto, sin fuerzas para discutirle.

Cuelgo y tengo la necesidad de ir corriendo al baño de nuevo, pero está muy lejos y no me queda más remedio que ir a la cocina. Me siento en el suelo y dejo la cabeza entre mis piernas, mientras trato de respirar hondo, aunque me cuesta porque no paro de toser. El tiempo pasó agónicamente lento, o quizás yo estaba más que concentrada en el fuerte dolor de cabeza que tengo. De pronto, la puerta se abre y Carlo entra, fugaz, hasta donde estoy con una mirada preocupada.

- Dios, tienes fiebre, ¿qué haces aquí sentada? – Dice tocándome la frente.

- No tenía fuerzas para volver a la cama.

- Está bien, ¿te ha pasado algo más? – Me pregunta mientras me coge en brazos.

- He vomitado dos veces, y me duele mucho la cabeza.- Contesto mientras acomodo mi cabeza en su hombro.

- ¿No notaste nada ayer?

- Solo ligeros mareos, pero no le di importancia.

- Cuando se trata de tu salud nunca le das importancia.- Me regaña mientras me acomoda en mi cama.

- Exagerado.

- No lo soy, espera un momento.

A los dos minutos está de vuelta con dos palanganas, una de ellas rellena de agua. Se sienta a mi lado mientas humedece el paño y me lo coloca en la frente. Luego coloca la palangana vacía en el suelo.

- Lo siento.

- ¿Por qué te disculpas?- Me pregunta extrañado.

- Estabas trabajando y yo te interrumpí.

Su rostro se vuelve cálido con una sonrisa paciente.

- Tranquila, les he dicho que lo haría desde aquí. Solo tendré que ir a una reunión a las 14:00, trataré de ser breve.

- No te preocupes por mí. Estaré bien.

- Eso no evita que me preocupe.

- ¿Has llamado ya al instituto?

- Sí, sabiendo el buen expediente que tienes, ni siquiera preguntaron por la prueba médica.

- Eso es bueno, no tengo ganas de levantarme y menos para ir al médico.

- Está bien, está bien, ahora descansa. ¿Te importa que quite tu ordenador para poner el mío?

- Claro que no. Por cierto…

- ¿Qué?

- Eres demasiado bueno y voy a dejar de hablar, me duele tanto la cabeza que no me creo que haya hablado tanto.

- Está bien, trataré de hacer el menor ruido posible. – Me contesta con una sonrisa comprensiva.

Me cuesta conciliar el sueño, los fuertes pinchazos en mi cabeza evitan cualquier oportunidad de sueño aunque, al poco rato, logro hacerlo un lado y , dormir.
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- Sarah, Sarah. Despierta.

Escucho una voz dulce mientras alguien me mueve con delicadeza. Entreabro poco a poco los ojos.

- Carlo… ¿qué hora es?

- Son las 13:15, me tengo que ir ya, pero me gustaría que te volvieras a tomar la medicina. Me quedaría más tranquilo.

Carlo me ayuda a sentarme, apoyándome en el respaldo de la cama y me acerca un vaso con agua y una pastilla. Me los tomo rápido, urgiendo el agua, intentando desprenderme del desagradable sabor.

-¿Así mejor?- Le pregunto.

- Sí, mucho mejor, pensé en darte el Pepto-Bismol, pero como has tenido fiebre denegué la idea ¿Tienes hambre?

- No mucha.

- Bueno, no creo que llegue demasiado tarde, pero de todas formas no tomes nada sólido, solo algún caldo de máximo, ¿de acuerdo? - Me dice mientras abre la puerta.

- Sí, sí. Vete ya o llegaras tarde.

- De acuerdo, ya me voy. - Contesta resignado.

Bobo sobre protector, no puedo evitar sonreír.A los pocos minutos le escucho cerrar la puerta. Dormito un rato, alrededor de una hora, pero suena el teléfono e intento darme prisa, cojiéndolo al 5º pitido. Seguro que es Rose.

-¿Diga?

- Sarah, ¿cómo estás?

Uno momento, esa voz...

-¿Taylor?

- Llámame Luke, por favor, no me gusta nada que me llamen así, me recuerda a los regaños de mi abuelo.- Me contesta riendo.

-De acuerdo, Luke, pero, ¿qué querías?

-¿Cómo?

-¿Para qué llamabas? Si es por las clases, dijimos que sería el lunes.

- No, no llamo para eso. Como no te vi, le pregunté a Rose y me comentó que faltaste. Llamo para preguntarte cómo estás.

- Gra-gracias. Bueno, estoy mala.

-¿Qué tienes?

-No sé, pensé que tenía la gripe, pero quizás tengo otro tipo de virus...

-¿Has vomitado?- Me urge.

- Esta mañana, dos veces.

- ¿Todavía tienes ganas de vomitar?

- No, gracias a la medicina apenas, pero no debo comer nada aún.

- Eso me recuerda...Espérame.

- ¿Cómo?Espera un momen...¿me colgó?

Cuelgo el teléfono y vuelvo a mi habitación enfurruñada. ¿Quién se cree que es? Fue él quien me llamó y me cuelga de esa forma.

A los diez minutos de haber estado dando vueltas en la cama, suena el timbre y me vuelvo a levantar con lentitud.Abro la puerta y me quedo estática observando a la persona que tengo delante.

Apoyando su espalda en el marco de la puerta, tiene una apariencia tan despreocupada que da envidia. Hoy lleva unos vaqueros beis y una camisa blanca de manga corta. Con el pelo liso cayéndole sobre los ojos, las mejillas ruborizadas y con la respiración agitada parecía que fuera a salir un fotógrafo de la nada a sacarle una foto.

-¿Qué haces aquí?- Pregunto sorprendida y, aún, un tanto enfurruñada.

Me sonríe y alza la mano izquierda en la que carga una bolsa de tela café claro con un dibujo hecho a mano de unos graciosos animales.

-¿Tienes hambre?

- Te dije que no puedo comer.

- Hace tiempo que tomaste la medicina, ¿no? Deberías de tomar alguna comida ligera , te sentará bien ¿Qué medicamento es?

- No sé el nombre.

-¿Puedes enseñármelo y así, pongo esto en la nevera?

No puedo evitar sentir pena al verle ahí, de pie, aún con la respiración un tanto entrecortada y con la bolsa que aparentemente había traído para mí.

-Venga pasa.- Contesto haciéndome a un lado.

Una vez dentro, y después de haber guardado las cosas, me volvió a pedir el medicamento y leyó el prospecto.

- Ya veo....¿Cuándo te lo tomaste?

Miro el reloj y trato de hacer cálculos.

- Creo que hace una hora, dos quizás. No estoy muy pendiente del reloj, sinceramente.

- Bien, supongo que tardaré lo suficiente como para que puedas comer el caldo como almuerzo ¿Eres alérgica a algo?

-No.

- Pues voy a robarte la cocina, espera aquí mientras.

Aunque al principio me quejo, no me queda más remedio que aceptarlo. Odio sentirme inútil.

Llamo a Rose, que me responde preocupada, y le cuento que estoy bien, pidiéndole los ejercicios y los apuntes de hoy. Después de un largo rato nos despedimos, tras percibir un delicioso olor.

-¡Ya está!- Exclama Luke, saliendo de la cocina.

-¿Ya?

- Sí, vamos siéntate.

- Espera, hay que sacar los cubiertos y...

- Dime dónde están y yo las coloco.

- No hace falta.

- Tú eres la enferma, compórtate como tal.- Me regaña , guiñándome un ojo.- Ahora siéntate.

Le obedezco sorprendida mientras le indico donde está todo. Un par de minutos después ya ha colocado toda la mesa y aparece con un plato humeante de caldo con un olor y una apariencia deliciosa. Lo coloca frente a mí y me indica que comience a comer, pero al verle ahí parado, de pie, le miro contrariada.

- ¿Qué?¿Tan mala pinta tiene?

-¿Qué haces ahí parado? Trae tu plato.

- ¿Yo?

- No, yo. Pues claro que tú. A esta hora ya deberías de comenzar a tener hambre, aunque sea algo.

- No hace falta.

- Mmm... ¿No querrás envenenarme, cierto? - Le pregunto en broma.

- Claro que no, he venido para todo lo contrario.-Me contesta contrariado, ¿se enfadó?

- Bueno, si quieres cuidarme, no debes contagiarte y para eso debes estar fuerte. Si este caldo me ayudará, no debería sentarte mal.

Me sonríe divertido y vuelve a la cocina en busca del tan peleado plato.

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Ya hemos terminado de comer. Luke insiste en limpiar los platos, aunque puedo usar el agua caliente usa la excusa barata de que se siente un invitado inútil ¡Inútil me siento yo! Me siento en el sofá y enciendo la tele en busca de algo interesante. Dejo de buscar en cuanto encuentro ``Cómo conocí a vuestra madre´´ A mitad del capítulo, con una de las tan divertidas locuras de Barney, me río y escucho una risa detrás mío. Me giro, sobresaltada, y lo descubro con los codos apoyados en el respaldo, mirándome con curiosidad.

-¿Qué te pasa?- Me pregunta divertido.

-¿Desde cuándo estás ahí?

-Más o menos hace diez minutos.

- ¿Y qué haces ahí parado?

-¿No puedo?

-Lo más normal habría sido sentarte en algún lado, no ponerte a mi espalda en silencio, pareces un gato...

- Bueno, siendo un gato no tengo que ser normal,¡qué alivio!

- Idiota.- Le digo riéndome.

- ¿Te encuentras mejor?

- Un poco, aunque vuelvo a tener un poco de frío.

- Déjame ver.- Murmura mientras coloca una mano en mi frente.- Vuelves a tener fiebre, ¿quieres ir a tu cuarto o prefieres quedarte aquí?

-¿Qué es mejor?

- Sería mejor tu cama, seguro que es más cómoda que tu sofá y podrás descansar mejor.

- Pues a mi cuarto.- Afirmo, levantándome con lentitud.

- Espera.- Me detiene, alzándome en brazos de improviso.

- ¡Eh!¡Bájame!

-¿Quieres llegar hoy a tu cuarto no?- Me pregunta con suavidad, aunque puedo ver que se está aguantando las ganas de reír.

- Puedo ir caminando.

- Te habrías caído en cualquier momento, da igual, no te voy a soltar hasta llegar a tu cuarto. Cuanto menos te quejes, más rápido. Aunque, ¿por qué tanto ajetreo por levantarte en brazos?

- Porque me da vergüenza y... porque es como ser una molestia, peso...

-¿Pesada? ¡Si no pesas nada!

- Eso no decían los que me han cogído en brazos.

-Eso lo decían para hacerte rabiar, no lo decían en serio.

-Yo no pienso lo mismo.

- Bueno, pues a mí no me pareces pesada, así que mientras sea yo no hay problema.- Me contesta mirándome fijamente, con esa enorme sonrisa en su rostro de nuevo.

Me quedo sin palabras y giro la cabeza a otro lado, encontrándome con su hombro, vuelvo a girarla hacia el otro ante su sonrisa divertida.

- ¿Me vas a llevar de una vez? Estamos aquí parados sin hacer nada.- Mi voz extrañamente nerviosa, comienza a sentirse ronca.

-Vale, vale.- Contesta riendo.

Justo cuando da el primer paso, la puerta se abre y aparece un hombre mirado la cerradura para lograr sacar la llave, que había vuelto a quedarse atascada.

-Siento haber llegado tan tarde, intenté no entretenerme pero...- Se queda callado al lograr sacar la llave y alzar la cabeza en nuestra dirección.- ¿Quién es?

-Carlo...

lunes, 24 de enero de 2011

Vuela

Todo está en calma, aunque quizás esta sea la calma antes de la tempestad y no me he dado cuenta. Tengo la sensación de flotar en un mar de nubes y sentir, bajo ese mar blanco y espumoso, los relajantes rayos del sol a través, cálidos y abrumadores.

Mis manos se hunden en este lugar en medio del cielo y la tierra, y mis problemas se pierden en cada bocanada de aire. Está llegando la hora de despertar, aunque no quiera admitirlo.

Las nubes me traen de vuelta en forma de rocío y luego, la brisa, madrugadora y fría compañera, me cuela entre las rendijas de mi ventana para volver junto a mi cuerpo, acurrucado entre las sábanas, encariñándose a los últimos minutos de sueño.

Lanzo un beso a mis amigos de los cielos, a los que volveré a ver en el próximo anochecer, y vuelvo a mi cuerpo con un etéreo beso en mis propios labios, que se entreabren y aspiran mi alma de nuevo al interior de mi corazón.

Despierto, y mi física mente no recuerda nada más que borrosas imágenes y el atronador sonido del despertador. Este es un secreto de mi alma encantada, guárdalo bien.

viernes, 14 de enero de 2011

Este microrrelto está basado en el instrumetal de ``fireflies´´,una canción de Owl City.

¿Has sentido alguna vez como todas las cadenas se transforman en algo más suave que la seda y comienzan liberarte con ternura, como el roce de las plumas?

En ese momento, todo se vuelve diferente. Cuando caminas por la acera sientes que todo cambia de colores como un camaleón, ves colores que nunca creíste ni que existieran, la acera se vuelve blanda bajo tus pies y los ruidos no molestan, sino que muestran un nuevo ritmo y melodía. Las nubes adquieren formas y el Sol intenta adivinarlas. La gente danza y vuela, olvidándose de los problemas y sonriendo sin temor. Los árboles bailan con el viento y los más ancianos cuentan cuentos a las flores con el susurro del viento juqueteando entre sus ramas. El agua rodea y acompaña a los peces y las aves en un tranquilo paseo de tarde. Las rosas cantan con su aroma y la fuente les aplaude con vítores acuáticos. Los perros juegan con las hadas que solo sus inocentes ojos pueden ver, causando sonrisas risueñas. Las mariposas coquetean con las miradas y sus dibujos, convirtiéndose en las actrices de la naturaleza.

Comienza todo a volver a la normalidad cuando me doy cuenta de que la canción se acaba. Tengo que dejar de escuchar música al salir de casa.

sábado, 8 de enero de 2011

El mundo encantado de Ela de Gail Carson Levine: Capítulo 11

Exceptuando a Areida, no tenía ninguna otra amiga en la escuela de señoritas. Sólo el grupo de Hattie fin¬gía mostrarse amable, pero enseguida se dirigían a mí con el mismo tono de superioridad que ella. Y es que Hattie solía tratarme muy mal cuando había gente de¬lante. El suyo era un grupo odioso, formado por ella y por dos chicas a las que llamaba sus íntimas: Blossom y Delicia. La primera era la sobrina y única heredera de un conde soltero. Sólo sabía hablar de la constante preo¬cupación que sentía de que un día el conde se casara y tuviera un hijo que la reemplazara como heredera. Delicia, que era hija de un duque, casi nunca hablaba, y cuando lo hacía era para quejarse: que en la habitación había mucha corriente de aire, que la comida era ma¬la, que la criada no la trataba como merecía su posi¬ción social, que una de las chicas llevaba los labios pin¬tados...
Las profesoras también me desagradaban. Al principio, cuando cumplía sus órdenes y me salían bien las cosas me mimaban, lo cual no me gustaba nada. Des¬pués, cuando lo hacía todo a la perfección, dejé de ser la favorita. Hablaba lo mínimo, y las miraba a los ojos só¬lo cuando no tenía más remedio. De modo que volví a mi antiguo juego.
-Canta más bajo, Ela. Podrían oírte desde Ayorta.
Entonces bajaba tanto la voz que resultaba casi inau¬dible.
-No tan bajo. Queremos oír tu dulce voz.
Entonces volvía a cantar alto, aunque no tanto como al principio. La profesora de música tuvo que perder un cuarto de hora hasta conseguir que cantara al volumen adecuado.
-Levanten los pies, señoritas. Éste es un baile alegre.
Yo entonces subía las piernas hasta la cintura.
Y así siempre. Era un juego agotador, pero o jugaba a él o me sentía como una marioneta.



Hattie no le había contado a nadie lo de mi obedien¬cia. Cuando tenía una orden para mí me citaba en el jar¬dín después de la cena, para que nadie nos pudiera oír. La primera vez me ordenó que le preparara un ramo de flores. Por suerte, no sabía que yo era la ahijada de un hada, así que escogí las flores más fragantes y después busqué por el jardín alguna hierba que me resultara útil. La flor de Effel era una de mis favoritas. Si daba con ella a Hattie le saldría un sarpullido que le duraría una sema¬na. No encontré ninguna porque casi todo eran hierbajos, pero cuando ya me iba vi una ramita de hierba de pantano. La coloqué junto a una rosa, con mucho cuida¬do, para no aspirar su aroma.
A Hattie le encantaron las flores, y al verlas hundió la cabeza en el ramo.
-Son sublimes, pero...

A medida que el perfume de la hierba de pantano ha¬cía su efecto, la sonrisa de Hattie se fue desvaneciendo y su expresión se volvió como ausente.
-¿Dejarás de darme órdenes? -le pregunté.
Ella respondió con un susurro:
-Sólo si dejas de obedecerlas.
Había perdido una oportunidad con aquella pregun¬ta, y no tenía ni idea de cuánto tiempo duraría el efecto de la hierba de pantano. Pero mientras durase podría preguntarle cualquier cosa a Hattie, y ella siempre diría la verdad.
-¿Qué más puede hacer que dejes de incordiarme? -pregunté rápidamente.
-Nada -respondió pensativa-. La muerte.
-¿Qué órdenes tienes preparadas?
-Las pienso sobre la marcha.
-¿Por qué me odias?
-Porque no me admiras.
-¿Tú me admiras a mí?
-Sí.
-¿Por qué?
-Porque eres guapa y valiente.
¡Me envidiaba! Yo no salía de mi asombro.
-¿Qué te da miedo?
-Los ogros, los bandidos, ahogarme, ponerme en¬ferma, escalar montañas, los ratones, los perros, los ga¬tos, los pájaros, los caballos, las arañas, los gusanos, los túneles...
La corté, parecía que tenía miedo de casi todo.
-¿Cuál es tu mayor deseo?
-Ser reina.
«Serías la reina de los conejos -pensé-. Y yo la úni¬ca que te obedecería.»
Su rostro fue cambiando poco a poco hasta volver a tener aquella expresión maliciosa que la caracterizaba. Intenté que respondiera una nueva pregunta.
-¿Qué secretos escondes?
No contestó, sino que se limitó a agarrar un mechón de mi pelo. Sus ojos se abrieron de golpe.
-¿Qué estoy haciendo aquí? -dijo mirando las flo¬res, pero sin volver a olerías-. ¡ Ah, sí! Ya me acuerdo. ¡Que doncella tan buena la que me ha traído este her¬moso ramo! -Después frunció el ceño-. Pero este per¬fume no es agradable, llévatelo.
Retiré la hierba de pantano, la tiré al suelo y la piso¬teé. Si lo hubiera pensado bien le habría preguntado de qué modo podía derrotarla.



Hattie solía ordenarme que hiciera para ella tareas rutinarias. Yo pensaba que carecía de la imaginación su¬ficiente para idear cosas que no fuesen cepillarle la ropa, limpiarle las botas, darle masajes en el cuello cuando le dolía, etc. Algunas veces me obligó a ir a escondidas has¬ta la despensa, a buscar galletas para ella. Y una vez tuve incluso que cortarle las uñas de los pies.
-¿Te frotas los pies con agua y sal? -pregunté tra¬tando de no ahogarme con aquel olor.
Yo me vengaba siempre que podía. Buscaba arañas y ratones en la bodega de Madame Edith y los ponía en la cama de Hattie. Por la noche permanecía despierta, es¬perando aquel chillido que tanto me satisfacía.
Y así fueron pasando los días. Hattie me mandaba hacer cosas y yo me vengaba como podía, aunque ella siempre tenía las de ganar.
Areida era mi único consuelo. Comíamos y cosíamos juntas, y formábamos pareja en la clase de baile. Yo le con¬taba cosas de Frell, le hablaba de Mandy y de Char. Ella me contaba cosas de sus padres, que tenían una posada. No eran muy ricos, y aquélla era una de las razones por las que las demás la menospreciaban. Cuando dejara la es¬cuela usaría sus conocimientos para ayudar a su familia.
Yo nunca había conocido a una persona tan amable y atenta. Cuando Julia, la chica alta, comía demasiada uva y le sentaba mal, Areida la cuidaba durante toda la noche, mientras que sus amigas dormían profundamen¬te. Yo la ayudaba, pero sobre todo lo hacía por Areida, pues mi carácter era más rencoroso.
Una tarde, en el jardín, empecé a hablarle a Areida acerca de mamá.
-Antes de que muriera solíamos trepar a árboles pa¬recidos a éste -le explicaba apoyando mi mano en la ra¬ma baja de un roble-. Subíamos y permanecíamos lo más quietas posible. Entonces lanzábamos ramitas y be¬llotas a los que pasaban por debajo.
-¿Qué le pasó a tu madre? -preguntó Areida-. Aunque si no quieres no hace falta que me lo cuentes.
A mí no me importó contárselo. Cuando terminé Areida cantó una canción de duelo de Ayorta.
Difícil adiós,
sin ninguna esperanza de volver.
Triste adiós,
cuando el amor se ha ido.
Largo adiós,
hasta que la muerte muera.

Pero el ser perdido sigue contigo.
Su ternura te da fuerzas,
su alegría te anima,
su honor te purifica.
Más que un recuerdo,
el ser perdido se encuentra de nuevo.

La voz de Areida era dulce como el almíbar y preciosa como el oro de los gnomos. Derramé muchas lágrimas, que fluyeron desde mis ojos como si fueran agua de lluvia.
-Tienes una voz muy bonita -le dije cuando pude volver a hablar.
-Nosotros, los de Ayorta, somos buenos cantantes, pero la profesora de música dice que mi voz es demasia¬do fuerte.
-Pues la suya es fina como un hilo. La tuya es perfecta.
Sonó la campana que nos avisaba de que debíamos ir a dormir.
-¿Tengo la nariz roja de tanto llorar? -le pregunté.
-Un poco.
-No quiero que Ha..., que nadie me vea así. Me quedaré aquí un rato más.
-La profesora de buenos modales se enfadará.
Me encogí de hombros.
-Bueno, sólo dirá que mi actitud avergonzaría al rey.
-Me quedaré contigo y te avisaré cuando tu nariz deje de estar colorada.
-Ten cuidado de no quedarte bizca -dije, e hice una mueca con los ojos.
Areida se rió.
-No lo haré.
-La profesora de modales nos preguntará qué hace¬mos aquí -comenté riendo.
-Le responderé que estaba mirando tu nariz.
-Y yo le diré que la estoy arrugando.
-Se preguntará qué diría el rey de nuestro compor¬tamiento.
-Le diremos que la reina mira al rey cada noche mientras él arruga siete veces la nariz.
Volvió a sonar la campana.
-Tu nariz ya no está colorada -dijo Areida.
Corrimos hacia la casa y encontramos a la profesora de buenos modales en la puerta, que ya se disponía a ir a buscarnos.
-¡Jovencitas! Vayan a su habitación. ¿Qué diría el rey si las viese?
En el vestíbulo, todavía riendo, nos encontramos a Hattie.
-¿Qué, pasándolo bien?
-Sí -respondí.
-Bueno, no te molestaré ahora, Ela, pero mañana nos encontraremos en el jardín.



-No debes juntarte con gente que no sea de tu po¬sición, como por ejemplo esa chica de Ayorta -dijo en nuestra cita.
-Areida tiene mucha más categoría que tú. Y ade¬más, yo elijo a mis amigos.
-¡ Ay, querida! Odio causarte pesar, pero tienes que romper tu amistad con Areida.