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lunes, 25 de octubre de 2010

El mundo encantado de Ela de Gail Carson Levine: Capítulo 7

- ¿Adonde vas? -gritó Char al ver lo que yo estaba haciendo.
-Debo... -empecé a decir.
-¡Detente!, te lo ordeno.
Me detuve, pero seguí temblando mientras los soldados rodeaban la cabana. Sus espadas apuntaron al ogro, que seguía mirándome.
Al fin dio media vuelta y volvió a la penumbra del interior.
-¿Por qué le hacías caso? -preguntó Char.
Yo seguía forcejeando con el niño, que tiraba de su pequeña barba y se movía tratando de escapar.
-pwich azzoogh fraecH! -gritó.
Aproveché aquella interrupción para tratar de dis¬traer a Char y no tener que responder a su pregunta.
-Tiene miedo -dije por fin.
Pero Char insistió:
-¿Por qué le escuchaste, Ela?
No tuve más remedio que responder.
-Sus ojos... -balbuceé-. Había algo en ellos... Te¬nía que hacer lo que me ordenase.
-¿Habrán hallado otra forma de hechizarnos? -se preguntó Char algo alarmado-. Tendré que contárselo a mi padre.
El pequeño gnomo gemía y daba patadas en el aire. Pensé que las palabras de los loros podrían consolarle.
Entonces las pronuncié, confiando en que no fueran ningún insulto:
-fwthchor evtoogh brzzay eerth ymmadboech evtoogh brzzaY.
El niño se serenó y sonrió, mostrando unos dientecitos de bebé.
-fwthcbor evtoogh brzzay eerth ymmadboech ev¬toogh brzzaY -repitió. Tenía unos preciosos hoyuelos a ambos lados de la boca.
Lo dejé en el suelo, y nos agarró de la mano a Char y a mí.
-Sus padres deben de estar preocupados -comen¬té. No sabía cómo preguntarle dónde estaban, y él qui¬zás era demasiado pequeño para contestar.
No se encontraban cerca de las jaulas de las fieras, ni entre el ganado que pacía. Al fin vimos a una vieja gnoma sentada en el suelo, cerca de un estanque. Con la ca¬beza entre las piernas, era la pura imagen del desconsue¬lo. Otros gnomos buscaban entre los juncos y los setos, o preguntaban a todo el que pasaba.
-fraechramM! -gritó el pequeño gnomo, tirando de mí y de Char.
La vieja gnoma levantó la cabeza, y con la cara llena de lágrimas dijo:
-zhulpH.
Después abrazó fuertemente al gnomito y cubrió su cara y su barba de besos. Luego nos miró y reconoció a Char.
-Gracias, su majestad, por devolverme a mi niete¬cito.
Char, turbado, tosió y dijo:
-Es un placer devolvéroslo sano y salvo, señora. Casi se lo come un ogro.
-Char..., el príncipe Charmont, lo ha salvado, y también a mí -dije yo.
-Los gnomos os están agradecidos -sentenció ella, haciendo una reverencia-. Me llamo zhatapH.
Era casi tan alta como yo, pero mucho más ancha. No corpulenta, sino ancha, pues los gnomos crecen a lo ancho tras llegar a la edad adulta. Se trataba del persona¬je más majestuoso que yo jamás había visto, y del más viejo, si se exceptuaba a Mandy. Sus arrugas contenían otras arrugas, pequeños pliegues de piel aún más pro¬fundos. Tenía los ojos hundidos y de un color cobre turbio.
Hice una reverencia y me tambaleé un poco.
-Yo soy Ela -dije.
Poco a poco fueron llegando otros gnomos y nos ro¬dearon.
-¿Cómo lograste que fuera contigo, chica? -pre¬guntó zhatapH-. No se hubiera ido con cualquier hu¬mano.
-Ela habló con él -respondió Char, orgulloso de mí.
-¿Qué le dijiste?
Dudé. Una cosa era imitar a los loros y otra muy dis¬tinta hablarle a un bebé gnomo. Temí parecer una idiota ante aquella respetable señora.
-fwthchor wvtoogh brzzay eerth ymmadboech evtoogh brzzaY-dije al fin.
-No me extraña entonces que fuera contigo -dijo zhatapH.
-fraecH! -gritó zhulpH alegremente y se revolvió entre los brazos de su abuela.
Una joven gnoma tomó al chiquillo y preguntó:
-¿Dónde has aprendido a hablar en gnómico? -Y a continuación se presentó-: Soy la mamá de zhulpH.
Les expliqué lo de los loros y pregunté qué era exac¬tamente lo que le había dicho a zhulpH.
-Es una expresión de saludo -contestó zhatapH-. En kyrrian significa «Cavar es bueno para el bolsillo y también para hincar el colmillo». -Me tomó la mano y dijo-: zhulpH no será el único a quien salves la vida. Puedo verlo.
-¿Qué más puedes ver? ¿Qué más ocurrirá en mi vida? -pregunté, pues sabía por Mandy que los gno¬mos podían predecir el futuro.
-Los gnomos no entramos en detalles. La ropa que llevarás mañana, o qué dirás, eso es un misterio para nosotros. Sólo vemos el futuro a grandes rasgos, entre¬vemos algunos hechos.
-¿Y cuáles son?
-Peligro, una búsqueda, tres figuras. Están cerca de ti pero no son tus amigas. ¡Ten cuidado con ellas! -ter¬minó diciendo mientras me soltaba la mano.
Cuando volvíamos hacia donde estaban las fieras, Char dijo:
-Hoy triplicaré la guardia alrededor de los ogros. Y pronto cazaré un centauro y te lo regalaré.



Madame Olga fue puntual. Ella y sus hijas observa¬ban cómo subían al coche mi baúl y el barril de tónico. Papá estaba allí para despedirme, y Mandy permanecía de pie, un poco alejada del resto.
-Qué poco equipaje llevas -comentó Hattie. Madame Olga estuvo de acuerdo: -Ela no está equipada como corresponde a su po¬sición, sir Peter. Mis hijas tienen ocho baúles entre las dos.
-Hattie tiene cinco y medio, mamá. Y yo sólo ten¬go. -Olive se calló de repente y se puso a hacer el cálcu¬lo con los dedos-. Bueno, tengo menos, y eso no es justo.
Papá cambió de tema con suavidad:
-Es muy amable por su parte aceptar a Ela, Mada¬me Olga. Sólo espero que esto no le suponga ninguna molestia.
-Oh, en absoluto, querido Peter. Yo no las acompa¬ñaré.
Papá frunció el ceño, no le había gustado que le lla¬mara «querido».
Madame Olga continuó:
-Con el cochero y dos lacayos estarán a salvo de cualquier peligro, exceptuando los ogros, claro. Y en cuanto a eso poco puedo hacer. Además, disfrutarán más solas, sin la compañía de su vieja madre.
Después de una pausa, papá dijo:
-En absoluto puede usted considerarse vieja, Mada¬me. -Luego se volvió hacia mí, y dijo-: Espero que tengas un feliz viaje, cariño. Te echaré de menos. -Y me dio un beso en la mejilla.
«Mentiroso», pensé.
Un lacayo abrió la puerta del coche y ayudó a Hattie y a Olive a subir.
Yo corrí hacia Mandy. No podía marcharme sin un último abrazo.
-Haz que desaparezcan, por favor -le susurré.
-Oh, Ela, cariño. Estarás bien -dijo estrechándo¬me muy fuerte.
-¡Estela, tus amigas te están esperando! -exclamó papá.
Subí al coche, coloqué mi maletín en un rincón e ini¬ciamos la marcha.
Para tranquilizarme puse las manos sobre mi pecho y palpé el collar de mamá que llevaba escondido. Si ella es¬tuviera viva yo no estaría yéndome de casa, en compañía de aquellas horribles criaturas.
-Yo nunca abrazaría a una cocinera -dijo Hattie encogiéndose de hombros.
-Pues claro que no. ¿Qué cocinera dejaría que la abrazases? -repliqué.
Hattie volvió al tema del equipaje:
-Con tan pocas pertenencias, las otras chicas no sa¬brán si eres una criada o una de nosotras.
-¿Qué llevas escondido bajo el vestido? -pregun¬tó Olive.
-¿Es un collar? ¿Por qué lo llevas bajo la ropa? -qui¬so saber Hattie.
-¿Es porque es feo? -inquirió Olive-. ¿Por eso lo escondes?
-No, no es feo.
-Pues entonces muéstranoslo. Olive y yo queremos verlo.
Era una orden, estaba obligada a enseñárselo. No me importó, pues allí no había ningún ladrón que pudiera quitármelo.
-¡Guau! -exclamó Olive-. Es más bonito que la mejor joya de mamá.
-Nadie pensará que eres una criada si lo llevas pues¬to. Es fantástico. Aunque te queda un poco grande. -Hattie lo acarició-. Mira, Olive, qué bonitas son las perlas.
Olive también lo tocó.
-¡Ya basta! -grité apartándolo de ellas.
-No vamos a estropearlo. ¿Puedo probármelo? Ma¬má siempre me deja que me pruebe sus collares, y nunca los estropeo.
-No, no puedes.
-Oh, por favor. Déjamelo. Es un encanto.
Una orden.
-¿Tengo que hacerlo? -pregunté. No pude conte¬nerme. Tendría que haberme mordido la lengua.
Los ojos de Hattie brillaron.
-Sí, tienes que hacerlo. Dámelo.
-Pero sólo un momento -dije quitándomelo de¬prisa, para que no notaran que luchaba contra mi necesi¬dad de obedecer.
-Abróchamelo...
Lo hice, aunque la orden no era para mí sino para Olive.
-Gracias, querida -dijo Hattie, acomodándose en su asiento-. Yo he nacido para llevar joyas como ésta.
-Deja que me lo pruebe, Ela -protestó Olive.
-Cuando seas mayor -respondió Hattie.
Pero yo tenía que obedecer. Traté con todas mis fuer¬zas de ignorar la orden de Olive, pero me vinieron todos los males posibles: tuve retortijones, se me aceleró el pulso, se me cortaba la respiración...
-Déjaselo -balbuceé.
-Mira -dijo Olive-, dice que me lo dejes.
-Yo sé lo que te conviene, Olive. Tú y Ela sois de¬masiado jóvenes y...
Me abalancé sobre Hattie y le desabroché el collar antes de que pudiera reaccionar.
-¡No se lo des, Ela! -gritó-. ¡Devuélvemelo!
Yo se lo devolví.
-Dámelo a mí, Ela -dijo Olive levantando la voz-. No seas tan fresca, Hattie.
Le quité el collar de las manos a Hattie y se lo entre¬gué a Olive.
Hattie se quedó mirándome fijamente.
Empezaba a sospechar algo respecto a mi forma de actuar.
-Mamá llevó este collar en su boda -dije intentan¬do distraer a Hattie-. Y su madre...
-¿Siempre eres tan obediente, Ela? Devuélveme el collar.
-¡No lo soltaré! -chilló Olive.
-Por supuesto que lo harás. A no ser que quieras quedarte sin cena esta noche... -dijo Hattie.
Le arrebaté el collar a Olive. Hattie se lo puso y le dio unos golpecitos, complacida.
-Ela, deberías regalármelo. Por el bien de nuestra amistad.
-No somos amigas -respondí.
-Claro que lo somos. Yo te adoro, y Olive también. ¿Verdad, Olive?
Olive asintió solemnemente.
-Creo que me lo darás si te digo que debes hacer¬lo, así que... Hazlo, Ela, por nuestra amistad. Debes ha¬cerlo.
-Tómalo -dije contra mi voluntad.
-Gracias. Qué amiga tan generosa tenemos, Olive -comentó, y a continuación cambió de tema-: Los criados no han limpiado muy bien el coche. Esa bola de polvo es muy desagradable. No tendríamos que ir en es¬te trasto tan sucio. Recógela, Ela.
Aquella orden me gustó. Recogí la bola de polvo y se la lancé a la cara.
-Toma, es tuya.
Me quedé satisfecha, aunque no por mucho tiempo.

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