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viernes, 1 de octubre de 2010

La calma, tan dulce, me envolvía con suavidad, como una suave tela de seda, llena de su aromático aroma. Sentir la brisa, refrescante y amorosa, juguetear con mi pelo de forma risueña y las olas mojar mis pies de forma juguetona, me transportaba a un lugar pacífico, en el que ni mis locas ideas podían amargarme. La tela azul de mi marinera, en un juego con la brisa, cosquilleaba mi vientre, provocándome una sonrisa mientras la arena se colaba traviesa entre mis pies, recorriéndolos como niños pequeños el parque. Los colores azules, violáceos y dorados se mezclaban con delicadeza en el cielo, con el sol ocultando las últimas estrellas y sin ninguna nube en el precioso cielo. Aún así, la Luna brillaba, blanca, pura, etérea en el cielo. Tan pálida, rodeada por el violeta del cielo, que parecía una ilusión. Al frente, por donde reinaban las olas, se veía al majestuoso sol aparecer en escena, iluminándolo todo con su esplendor, mezclándose con los otros colores del cielo. Di vueltas y me sorprendí al ver, que mientras el sol iluminaba en una parte, la otra aún estaba teñida de azul oscuro, débilmente iluminada por la Luna, que a su vez era iluminada por el Sol.Observe como el dorado del Sol lo teñía todo de una forma increíblemente irreal. El suave movimiento de las palmeras, las olas correteando en la arena y el aire cálido saludaban la llegada de un nuevo día. Definitivamente, mi momento del día favorito era el amanecer.

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